Havana, a constant dance

La Habana, el baile y la música son como el mar y la sal, no es que vayan unidos, es que son uno. Desde la danza clásica hasta el son, los cubanos lo llevan en la sangre. Como decía Isadora Duncan "La danza no es sólo transmisión de una técnica sino también de un impulso vital profundo".

La última vez que viajo a La Habana es en abril de 2014. Sucede otra vez, me enamoro de esta ciudad y sus gentes. De los valores tan presentes, del amor de las madres y padres a sus hijos, de las parejas paseando por el malecón, de la danza, de los coches americanos de los años 50, de las sonrisas, de los daiquiris, del mar, del sol ... de una de las ciudades más auténticas que quedan, de las pocas en las que aún las cadenas de comida rápida no han invadido el centro de la ciudad.

Y para mi La Habana es un baile constante de emociones, de autenticidad, de contrastes, de querer progresar sin perder su esencia, de personas luchadoras. Y así bailo con mi cámara para captar sentimientos de cariño, de amor, de ternura, de nostalgia, de esperanza, de cansancio. Así bailo y quiero captar las olas que rompen frente al Malecón, las madres con sus hijos, las parejas, los solitarios, los perros, los coches de los 50, las escuelas, las casas majestuosas por fuera que por dentro se derrumban, los bailes hasta el amanecer, los niños jugando, estudiando. Quiero captar la esencia, el glamour y la luz limpia y poderosa de una ciudad en la que en muchas esquinas parece que el tiempo se detuvo ya hace varias décadas.

La Habana quiere cambiar, pero no todo. Y esa es la clave, no sabe cómo hacerlo. Y los de fuera que intentan cambiarla, lo saben menos aún.